En una cena casual de jueves por la noche, en compañía de una amiga de toda la vida y mi Mr. JC, nos agarró el trascendentalismo y nos pusimos a analizar cuáles serían las cosas de las que nos arrepentiríamos si nos quedara poco tiempo de vida.
Por supuesto, casi terminamos llorando. Aparecieron las respectivas familias dentro de los múltiples arrepentimientos que cada uno por su lado comenzó a dejar caer sobre la mesa, como bombas de nostalgia. Si vives cerca de ellos, porque no disfrutas lo suficiente de su presencia, si vives lejos de ellos, porque te gustaría verlos más, porque no vienen a visitarte más seguido.
Y así comenzó un completo recorderis de lo que hemos hecho que no nos sentimos tan orgullosos y lo que dejamos de hacer que hoy seguramente disfrutaríamos a punta de memorias.
Los te amo que no dijiste, los que dijiste a las personas inadecuadas, las decepciones auguradas por tu madre que no escuchaste porque “ella no entendía nada”, los dolores de cabeza que te pudiste evitar de ser un poco más sensato, los viajes no realizados, los momentos arruinados por tonterías, los abrazos no dados, los besos no recibidos.
Aquel día que pudiste ser mejor hijo y no hiciste nada para serlo, ese otro que hiciste llorar a mamá o a papá, cuando preferiste estar con amigos que con ellos, cuando estiraste jeta a esas vacaciones mientras tus viejos sólo intentaban organizar recuerdos que hoy en día disfrutarías más si la vida diera chance de volverlos a tener.
Entonces pondera uno esta vida y comprende mejor aquel sabio dicho de Gabriel García Márquez: “La sabiduría llega cuando ya no sirve de nada”. Probablemente cuando ya pasaron todos aquellos momentos que hoy pagarías por repetir y saborearlos gota por gota.
Uno se arrepiente del tiempo, nada más de eso. Ningún enfermo terminal se arrepentiría de no tener más dinero o de no haber comprado el último Iphone o de no haber vivido en una casa más grande. Lo que duele es no haber disfrutado el privilegio de vivir con lo que se tuvo, pasear más, dedicarle más tiempo a quienes amas y te aman, tener menos amigos y mejores amistades, perdonar y pedir perdón, no perder el tiempo con rencores de los que en nuestro lecho de muerte nos podamos arrepentir.
Agradecer más y maldecir menos. Pelear por nuestros sueños y no por defender al ego. Recuperar al niño interno que perdimos en el apuro por ser adulto cuando no sabíamos que la niñez es la mejor parte de la vida, no porque apenas comienza, sino porque se vive al día y con intensidad.
Mirar las nubes y encontrar más figuras. Agarrar la mano de tu madre y de tu padre, decirles muchas más veces cuánto los amas y renegarles menos por preocuparse por ti.
Gastarte el dinero, que tanto persigues, en momentos para compartir con la gente que amas. Reír a carcajadas, aprender a perderle la vergüenza al llanto, llorar de risa, reír de dolor, respirar más, quejarte menos, no tomar por garantía el amor de tu pareja, hacer felices a quienes buscan sonrisas a tu lado, jugar con tu perro, mojarte con la lluvia… No tomarse tan a pecho las cosas.
Así, cuando llegue la hora, poderse ir con una sonrisa en la cara porque no tienes arrepentimientos, porque llegó ese día perfecto, durante una cena casual de la que jamás te arrepentirás, en el que te cuestionaste seriamente ¿cuáles serían tus arrepentimientos si dejaras de respirar en este momento? Y pudiste volver a comenzar, sin importar qué tanta o poca edad tuvieras, para elegir un camino libre de arrepentimientos.
Por supuesto, casi terminamos llorando. Aparecieron las respectivas familias dentro de los múltiples arrepentimientos que cada uno por su lado comenzó a dejar caer sobre la mesa, como bombas de nostalgia. Si vives cerca de ellos, porque no disfrutas lo suficiente de su presencia, si vives lejos de ellos, porque te gustaría verlos más, porque no vienen a visitarte más seguido.
Y así comenzó un completo recorderis de lo que hemos hecho que no nos sentimos tan orgullosos y lo que dejamos de hacer que hoy seguramente disfrutaríamos a punta de memorias.
Los te amo que no dijiste, los que dijiste a las personas inadecuadas, las decepciones auguradas por tu madre que no escuchaste porque “ella no entendía nada”, los dolores de cabeza que te pudiste evitar de ser un poco más sensato, los viajes no realizados, los momentos arruinados por tonterías, los abrazos no dados, los besos no recibidos.
Aquel día que pudiste ser mejor hijo y no hiciste nada para serlo, ese otro que hiciste llorar a mamá o a papá, cuando preferiste estar con amigos que con ellos, cuando estiraste jeta a esas vacaciones mientras tus viejos sólo intentaban organizar recuerdos que hoy en día disfrutarías más si la vida diera chance de volverlos a tener.
Entonces pondera uno esta vida y comprende mejor aquel sabio dicho de Gabriel García Márquez: “La sabiduría llega cuando ya no sirve de nada”. Probablemente cuando ya pasaron todos aquellos momentos que hoy pagarías por repetir y saborearlos gota por gota.
Uno se arrepiente del tiempo, nada más de eso. Ningún enfermo terminal se arrepentiría de no tener más dinero o de no haber comprado el último Iphone o de no haber vivido en una casa más grande. Lo que duele es no haber disfrutado el privilegio de vivir con lo que se tuvo, pasear más, dedicarle más tiempo a quienes amas y te aman, tener menos amigos y mejores amistades, perdonar y pedir perdón, no perder el tiempo con rencores de los que en nuestro lecho de muerte nos podamos arrepentir.
Agradecer más y maldecir menos. Pelear por nuestros sueños y no por defender al ego. Recuperar al niño interno que perdimos en el apuro por ser adulto cuando no sabíamos que la niñez es la mejor parte de la vida, no porque apenas comienza, sino porque se vive al día y con intensidad.
Mirar las nubes y encontrar más figuras. Agarrar la mano de tu madre y de tu padre, decirles muchas más veces cuánto los amas y renegarles menos por preocuparse por ti.
Gastarte el dinero, que tanto persigues, en momentos para compartir con la gente que amas. Reír a carcajadas, aprender a perderle la vergüenza al llanto, llorar de risa, reír de dolor, respirar más, quejarte menos, no tomar por garantía el amor de tu pareja, hacer felices a quienes buscan sonrisas a tu lado, jugar con tu perro, mojarte con la lluvia… No tomarse tan a pecho las cosas.
Así, cuando llegue la hora, poderse ir con una sonrisa en la cara porque no tienes arrepentimientos, porque llegó ese día perfecto, durante una cena casual de la que jamás te arrepentirás, en el que te cuestionaste seriamente ¿cuáles serían tus arrepentimientos si dejaras de respirar en este momento? Y pudiste volver a comenzar, sin importar qué tanta o poca edad tuvieras, para elegir un camino libre de arrepentimientos.
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