Hace muchos días no me sentaba frente a la pantalla en blanco a forzar mi cabeza para tener algo que decir. Cuando dedicas tu vida a las letras se te acaban los discursos con pretextos de profesionalismo, pero llega un momento en que esa necesidad cósmica por levantar tu voz, así sea con incoherencias, cobra las facturas.
Me descubrí haciendo un auto análisis de mi pasado entre los renglones de mi querida columna Y sin embargo se mueve..., me quedé con la quijada descansando en el pavimento al ver los pasos agigantados que he tomado hacia mi crecimiento. Me descubro más madura que hace unos años y probablemente siga una niña si pudiera adelantar el tiempo y leerme en 4 años más, me leo más sosegada, más tranquila y en paz, como si el piso debajo de mis plantas estuviera acolchonado.
Soy más analítica y menos impulsiva, serán nuevas mañas que llegaron al pasar por la meta de los treintas, me tomo más mis tiempos y disfruto de cada momento. Antes leía un libro saltándome renglones, necesitaba saber rápido qué era lo que seguía; me descubrí predicando vivir el presente sin darme cuenta que era una junkie del futuro y una aterrorizada de que el pasado se olvidara, o de olvidarme en el pasado de otros. Hoy repito la lectura de párrafos completos cuando quiero guardar en los cajones de mi memoria alguna frase que mañana pueda repetir y compartir a manera de sabiduría adquirida.
Y al abrir los ojos cada mañana miro y sonrío ante la imagen del amor de mi vida, que descansa a mi lado con un tierno semblante que es el que me inyecta de deseos de seguir viviendo, creciendo y siendo en un presente lleno de futuro en el que el pasado dejó de importar.
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