En un mercado que parecía tener lugar en
la India, caminaba visitando diversos puestos con telares de colores y
artesanías propias del lugar. El lugar estaba abarrotado de gente, el amarillo
predominaba enmarcando las carpas, el ruido no me permitía percibir lo onírico
de mi situación. Entonces escuché a lo lejos el galopar salvaje de un caballo,
sus herraduras chocaban con el suelo provocando chispas en mi interior. El
sonido de sus patas se aceleraba hacia la multitud en donde me encontraba
confundida por dicho evento. Intenté escapar, algo dentro de mi, aquel instinto
del que nos ufanamos las hembras, me gritaba que corriera, que me desapareciera
si quería conservar el aliento. Busqué perderme, las piernas no me respondían
en la carrera, eran un par de fideos desvalidos que no alcanzaban una velocidad
certera. El caballo se aproximaba, podía sentir su respirar húmedo erizando los
poros de mi piel, lo vi llegar a galope tendido a lo lejos, pronto estaba frente
a mi con esas dos feroces patas levantadas embistiéndome, queriéndome
atropellar, aplastar.
El sonido de mi despertador me salvó de
aquella bestia salvaje que me perseguía en sueños, era la cuarta vez que soñaba
con aquel animal furioso intentando embestirme, quitarme la vida, dejarme en
jirones.
Los arquetipos oníricos y de los cuentos
de hadas ancestrales dictan que en la psique femenina habita un depredador que
busca aplastar el desarrollo del salvajismo propio de toda hembra animal.
Justo estos sueños comenzaron a aparecer
mientras me adentraba en los primeros relatos de Mujeres que corren con los lobos de Clarissa Pinkola, autora que
por medio de cantares antiguos a los que pertenecen cuentos de hadas, intenta
descubrir y dar luz a esa parte que toda mujer arropa en su interior. Los
arquetipos síquicos utilizados en la sicología Jungiana hablan sobre el
encuentro de este salvajismo femenino por medio de dichos relatos ancestrales. El
libro cuenta sobre las apariciones de aquel depredador en los sueños de las
mujeres que se puede manifestar o representar de diversas maneras, bien sea en
forma de bestias monstruosas o animales salvajes. Este depredador debe de ser
derrotado síquicamente para entonces engrosar el oído encargado de escuchar al
instinto que la sociedad y su gana por meternos en cajones estereotipados, han
aturdido.
Estos caballos se convirtieron en un
sueño recurrente, yo sabía que algo había en ellos que debía descubrir. Necesitaba
descifrar lo que mi sique deseaba decirme, hablarme mientras yo continuaba
navegando por ese caudal de hambre por liberar a mi mujer salvaje.
Me encontraba en una explanada en donde
estaban integrantes importantes de mi familia, una tragedia acababa de
sacudirnos, la muerte había tocado nuestra puerta, todo era deprimente, miedo,
angustia. Caminaba junto a un obelisco, mi padre tomaba mi mano, entonces
escuché el galopar de aquel caballo que me venía acosando repetidamente cuando
me disponía a descansar. No podía verlo pero sentí nervios, sin embargo, la
mano de mi padre y su presencia me daban fortaleza en el alma. El día era
soleado, la explanada estaba vacía, sólo había unas cuantas personas, aquel
caballo venía por mi, a embestirme, a levantar sus patas nuevamente y atestarme
un golpe mortal con sus herraduras brillantes.
Entonces llegó. Se plantó frente a mi con
un relinchido que me despertó dentro del mismo sueño, mis piernas no
reaccionaban, no podía mantenerme en pie, no podía defenderme, mi padre me
levantó por el brazo exigiéndome que me irguiera. La fuerza que me impregnaba
logró que mis extremidades reaccionaran, me paré frente aquella bestia salvaje
decidida a acabar conmigo, lo miré a los ojos y lo reté a aplastarme. Le dije, aquí estoy, ¿ahora qué vas a hacer? El
animal bajó sus patas, me miró y se fue en paz. Estoy segura que no volverá a
acosarme en sueños. Logré plantarme frente a él.
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