jueves, 8 de septiembre de 2011
Una historia que empieza con Pudor y termina en la Patagonia
Sentada frente a la ventana de un café en donde intento poner mi cabeza a volar mientras acabo con un vaso gigante de chocolate blanco, veo a completos desconocidos pasar a quienes les invento alguna historia que los haga un poco más conocidos. Puede ser que la señora que pasa con un dejo de tristeza en la mirada lleve una vida más feliz de lo que aparenta, pero hoy, justamente hoy que el día no es tan soleado como el de ayer, se acordó de la única preocupación que le come la cabeza todos los días. No soy síquica, no tengo idea cuál podría ser la preocupación de una persona a la que sólo le conozco porque coincidimos en el mismo lugar y a la misma hora. Entonces pienso en mis historias que tras treinta años y un montón de vivencias entre las que recuerdo y las que no, no son más que una minúscula parte, casi invisible e indivisible, sin importancia aparente y tan insignificante que se acumula junto a otras de miles, cientos, millones y millones de personas y de historias que han pasado en la humanidad. Es justo bajo ese pesado pensamiento que se destapa el monstruo existencialista que habita en mi desde hace más años que memorias.
Recuerdo claramente que cuando era muy pequeña, y con muy pequeña me refiero a 5 o 6 años, ya tenía episodios existencialistas en los que me preguntaba ¿quién soy yo? ¿y si yo soy yo qué se sentirá ser otra persona? Bastante elevado para una chiquita de tan poca edad, desde ahí data mi necesidad de tantas respuestas ante la vida misma y nuestra existencia, de ahí que necesite escribir para intentar contestarme lo que me da pena preguntar a cualquier cristiano que me catalogaría como excéntrica por no decir desquiciada. Recuerdo, también que cuando me preguntaba esas locuras tan adultas para un cerebro infantil, me asaltaba un cuadro de pudor que yo no sabía definir en ese entonces pero que hoy, que ya conozco el pudor en todos sus matices, puedo convertir en palabra aquella sensación de quererme tapar y esconder mi piel sin razón aparente. Y me pregunto ¿por qué el pudor? ¿por qué al cuestionar mi existencia tenía esa necesidad casi instintiva por taparme, por salir corriendo en donde nadie pudiera verme? No sólo no soy síquica, tampoco soy siquiatra y si lo fuera me daría un gran banquete analizando mi cabeza que lleva poco menos de treinta años intentando descifrarse sin éxito, todavía.
Y es que soy una pisciana con muchas inquietudes que me desvelan, me inquieta morir sin vivir lo suficiente, me pierdo intentando vivir a contrarreloj una vida que hoy veo se acerca casi a la mitad. Mi primera arruga que delata una miopía en negación me hizo pensar que los años han pasado y ahora ni con botox puedo borrar sus marcas sobre mi experiencia, alguna crema con extra shot de Q10 difuminará mi arruga sólo un poco pero ¿por cuánto tiempo? Hasta que un día me despierte con más canas que pelo castaño y más arrugas que horas de sueño y entonces ese día no tendré ni siquiera el pudor para preguntarme ¿quién fui o quien sigo siendo? Mientras la arena se escurre entre un embudo que terminará eventualmente.
Entonces es por eso que cada que caigo en este existencialismo que me hace cuestionarme tanto mi propia existencia como la de la señora de rostro preocupado, me dan unas ganas insaciables de vivir sin telarañas que me generen pudor más adelante, que me recriminen por no haber sonreído más y discutido menos, por no haberme arriesgado a cometer locuras ahora que la juventud me lo permite, por preocuparme por banalidades materiales cuando los verdaderos placeres se encuentran caminando descalza en la arena, saboreando el beso del amor de mi vida, abrazando fuertemente a mi perrita mientras siento su corazón latir cerca al mío, recostarme en la barriga de mi padre a recordar cuando era pequeña, escuchar la carcajada de mi madre al verse sorprendida en sus más ingenuas formas de actuar; cerrar los ojos mientras saboreo una copa de vino que me lleva hasta el fin del mundo, cerca de la Patagonia.
Y es que vivir es muy fácil, lo difícil es quitarse el pudor para hacerlo.
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LasAlasdeLaOrquidea
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