Dicen que todo lo que uno siente tiene que salir de alguna forma, diciéndolo, escribiéndolo, pensándolo al aire y regalándoselo al universo... pero sacarlo del sistema porque sino se pudre y terminamos como un gato que parece asfixiarse con su propio pelo.
¿Cómo se logra una catarsis si no es perdiendo la razón y recuperándola de nuevo para contar las bajas y capitalizar lo aprendido? Nos inculcan tanto las crisis, que nosotros mismos nos las ocasionamos con tantos planes y expectativas, que hacemos de nuestra propia vida un títere sin hilos para controlarlo. Siempre nos preguntan ¿cómo te ves dentro de diez años? y nos obligan a esperar que la vida nos otorgue justamente lo que visualizamos en dado momento. Y cuando pasan los diez años intentamos no recordar lo que hace una década visualizamos porque por lo regular nos encontramos en un sitio tan distinto que es mejor pensar en los próximos diez.
Cuando tenía diez años pensaba en cuando cumpliera veinte e imaginé que estaría estudiando una carrera que todo tendría que ver con mi profesión y que amaría al mismo hombre del que me enamoraría a los 15 años... eso era lo que pensaba a los diez, mi carrera y el amor, pensando que todo se resumiría a las preocupaciones dignas de una niña que aún obligaba a la barbie a enamorarse del ken. Cuando llegué a los veinte me di cuenta que me había cambiado de la carrera que según yo me apasionaba, que el amor no era tan fácil como parecía y que ahora el sexo entraba a mi vida para ocasionar tantos placeres como problemas... siempre hay algo más, se supone que eso es el principal síntoma de la madurez, encontrar problemas en donde no hay. Nos envolvemos en una especie de "Find Wally" pero buscamos a un bufón con dientes filosos que representa la parodia que comenzamos a vivir, enfocados en ser alguien en un futuro que nunca volvemos presente, porque siempre habrá algo más, nunca es suficiente.
Mientras me veía envuelta en cursos vocacionales y la desesperación de mis padres porque tomara decisiones, empecé a planear mis treinta y los veinte se me pasaron preparándome para el punto en el que ahora me encuentro, en el que nos encontramos una generación más de paniqueados a los que les cuesta subir el tercer escalón sin miedo. La teoría de mi vida me dictaba que no habría por qué preocuparse, pero las entrañas... ese código genético ineludible, y la cantaleta de algunas amigas que la libraron aparentemente, me hicieron pensar en lo que a los veinte había decidido que serían mis treinta. Darme cuenta que no estaba ni cerca a los planes puntuales que tenía, que no había tomado en cuenta tantas cosas que hoy se, que hoy he vivido y que cuando me planeé en este momento ni siquiera sospechaba, me devuelven a buscar desesperadamente la postura zen de tirar mis planes por la ventana.
Durante toda la vida he hecho planes para los próximos diez años y más que recoger puntos cumplidos he tenido que hacer las paces con algunos planes rotos. La necesidad de deshacerme de la incertidumbre me sacude y me obliga a tener una vez más un plan de acción, una estrategia para llegar a los cuarenta pero... ¿será que la tercera sí es la vencida? ¿será que podré librar la siguiente década sin pedazos de expectativas rotas por el suelo? Les contaré dentro de diez años...
1 comentario:
Yo siempre me había planteado ser exitosa a los 30, teniendo en cuenta que para mi el éxito se traduce en reconocimiento, puedo decir que aunque si gozo de un tanto, no es el que esperaba.
El amor,,, concepto complejo, que aún no logro decifrar, pero espero que a los 40, ya pueda hablar de este con más propiedad!!
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